jueves, 1 de enero de 2015

Un Dejo de la Memoria


Un Dejo de la Memoria

Especial de Navidad 2014 para Piriland.
Ya no lo recuerdo tan bien, fue hace mucho tiempo atrás. Solo perpetua en mi mente aquella sensación de desesperanza que rondaba en el aire. En ese lugar donde me encontraba no había sitio para creer que serías salvado, si llegaste hasta allí significaba que tus actos te condenaban… y mis muñecas me delataban.


Sí, me encontraba en el Infierno, aunque por poco tiempo.

Me esperaba una especie de juicio, me dijo una cortesana del averno. Se supone que todas las almas lo tienen, para saber si merecen descanso o sufrimiento eterno. Pero mi alma era especial, y muchos personajes célebres la deseaban, incluso para luchar por ellas a través de un “juicio”. A mí ya no me importaba nada –La desesperanza y el letargo les ganaban a la curiosidad-, solo quería estar sola. Tenía un nudo en el corazón que gritaba silenciosamente el nombre de alguien a quien le había hecho mucho daño con la decisión que había tomado, y deseaba, tímidamente que también estuviera allí para reclamar mi alma, aunque sabía que su orgullo no lo permitiría.

No fue mucho el tiempo que tuve que esperar para tal juicio, o por lo menos no lo sentí eterno. La misma cortesana me llevó por un camino obscuro, frío y sereno. Mi corazón lloraba, y yo lo ahogaba con desdén. Entre la penumbra divisé que el túnel se transformó en una cámara circular, con puertas ojivales alrededor, en total, trece agujeros misteriosos, que al mirarlos fijamente sentías el peso del terror al musitar “¿Algo me está mirando en esa dirección?”. Me sentó la muchacha en una silla, al medio, y al desaparecer ella dentro de esa horrible penumbra, una luz me acusó, como si fuera la culpable de un crimen horrendo… contra mi propia vida. Me percaté que no era una cámara circular donde me encontraba, era más que nada, una arena, un coliseo infernal. Imaginé como las almas luchaban encarnecidas contra monstruos que habían creado durante sus vidas terrenales, todo a favor de la malsana diversión de los habitantes de esas tierras. Sin embargo, en las tarimas principales alrededor de la arena, las cuales no eran más de cinco, no habían demonios, sino que… Personajes que yo conocía bastante bien, o por lo menos sus siluetas me hacían reconocerlos un poco.

Sobre mis ojos, un ángel vestido de camisa negra, con alas enormes del mismo color protegiendo su espalda, me miraba con ojos penetrantemente celestes, y su cabello gris revoloteaba traviesamente sobre ellos. “Papi” le decía cariñosamente a Azrael, el Ángel de la Muerte, pero en esa ocasión, no me atrevía a decirle algo, me sentía mal por lo que había hecho, y por vergüenza hacia él y mi Madre –Intelectual- una lágrima agria brotó de mis ojos. “No creí que sería así, tan súbito. Tenía pensado ir por ti en muchos años más. Ya te veía siendo despedida por tus hijos, tus nietos, ver la vida que ayudaste a crear antes de venir conmigo… Pero bueno, Destino es tan travieso como yo”. No sabía qué decir sobre sus palabras, me habían llegado al fondo, y de verdad, no quería llorar. “Pero bueno, no es tiempo de lamentarse por el hubiera, ¿No lo crees Azrael? Ahora, vayamos a lo concreto”. Esa voz empalagosamente dulce, me hizo temblar. Yo no tenía asuntos pendientes con Gabriel, pero ¿Por qué rayos él está acá? Pensé con miedo. “Yo deseo, querida hija, que estés con nosotros, allá en el Paraíso. Has sufrido demasiado en esta vida para que lo sigas haciendo, permaneciendo al lado del Rey de este Lugar. Ven conmigo” volvió a decir Gabriel. Pero no le creía. Ese tipo no tiene buenas intenciones con personas como yo, que aman a la Madre Naturaleza por sobre un “dios”.

Simplemente no dije alguna palabra.

“Esa muchacha es un ejemplo para mí. Una gran luchadora, digna de los guerreros de estos tiempos. Quiero que vengas a mi palacio, pequeña, y disfruta con tus hermanos hasta el Ragnarök”. Esa actitud, arrogante y exquisita, para un viejo barbón sin un ojo, desgreñado y con una armadura finamente tallada en plata, cubierta de una piel de un gran oso -pensé en el momento-. Al mirarlo de reojo mi mano reaccionó, quería tocar esa capa y saltar a abrazar a Odín, el padre que siempre admiré. Pero me contuve.

Azrael miró hacia su lado derecho, esperando una respuesta. A su lado izquierdo, el viejo vikingo escupió, mascullando que el orgullo no lo dejará hablar. Y así fue. No escuché ninguna palabra, pero en su lugar un leve bufido ahogó mis sentidos. Él estaba allí, aquel chico a quien le quebré el corazón al correr de una forma tan cobarde. Una figura se aproximó hacia el puesto a la derecha del Ángel de la Muerte. Era un joven de cabello largo, puro y salvaje como las nubes en el cielo. Vestía uno de esos trajes antiguos, afrancesados rojo con negro, ¿Aterciopelado? No lo sé, pero parecía que tenía vida propia, meciéndose al compás de los sigilosos pasos del Rey del Infierno. Él ya no era mi novio comprensivo y protector. Era un Rey triste, pero que debía cumplir con su deber. Se sentó en el trono, y su cabello largo dejó ver su mirada, que me partió en dos la poca fuerza que me quedaba. “No tengo nada que decir, ella sabrá lo último que desea”. Su voz amarga, que contenía miles de emociones hizo que soltara todo lo que estaba conteniendo en mí. Mis sollozos ahogados, sin embargo, no llegaron a él, ni a nadie. Era mi sufrimiento, y nadie debía verlo. Por último, una voz maternal y muy familiar se dirigió a mí. “Mi dulce hija, entiendo el tormento de tus últimos días, pero al igual que Tu Padre, no me importa en lo absoluto. Tienes un alma maravillosa, y estoy agradecida de que me hayas amado tanto mientras caminabas al calor de la vida. Ahora, quiero recompensarte haciéndote olvidar todo lo malo. Ven a mi seno, y serás un elemental de la tierra como lo deseabas”. Madre, Gaia, lo último que quería era olvidar lo que me había sucedido. De la mano de mi estupidez se encontraba todo lo hermoso y cálido que había vivido. Olvidar implicaba despedirme para siempre de mis memorias, de lo que ese chico significó para mí, de su amor…

“Es hora de que des el veredicto” sentenció Azrael. “Wow, esto nunca había ocurrido antes, querida. Espero que seas consiente de eso”. Salvo en ciertos momentos, no levanté mi cabeza mientras ellos me prometían el mundo feliz que siempre desee después de morir. Sin embargo, el peso de mi corazón repetía una sola cosa, un solo pensamiento… Gracias, pensé. “Me siento halagada al ser la única que escogerá a dónde ir, y gracias, Gabriel, por darle una oportunidad a esta alma pagana, cuando tus reglas dicen que yo soy una escoria”. Al sentir su ira chistar detrás de mí, me sentí halagada. “Si hay algo que quiero, es también agradecer la invitación de Padre al Asgård, pero debo declinar. No me siento lo suficientemente preparada para ser parte de tu Reino. Madre, lo siento, pero no quiero olvidar lo que sufrí. Sufrir es parte de vivir, y vivir fue lo que me llevó a conocerlos a todos”. La única luz que me enjuiciaba de pronto se esfumó. Yo seguía mirando hacia arriba, pero las sombras consumieron mi vista. Con ríos de lágrimas brotando de mis ojos, sollocé lo que mi corazón gritaba, desde que llegué a ese lóbrego lugar. Su nombre.

Del llanto sucumbí al frío de mi cuerpo, y tiritando me envolví en mis propios brazos, hincándome en el suelo más frío que el hielo. Repetía su nombre, esperando un milagro que jamás llegaría. Pero unos pasos retumbaron en aquel piso. Pasos fuertes y angustiados, que sofocaban un grito desgarrador. Era mi nombre. ¿Los milagros existen? Solo sé que el Rey del Infierno vino por mí, que respondió a mi llamado. Sus brazos me rodearon tal como los recordaba. Firmes, acogedores y protectores. Su aroma dulce y varonil inundó mi cuerpo para nunca soltarlo más. Nuestros sollozos se confundían en uno solo, ¿En una especie de perdón? Quién sabe. Sentimos una tercera presencia allí, quien nos dijo que el amor triunfaba sobre la misma muerte, independiente de cómo ésta haya sido. Una de sus manos reconfortantes me acarició la cabeza, diciéndome que ella también estaría conmigo, para siempre, y que su obsequio para nosotros era uno que no podíamos volver a perder, y de un beso de nuestra madre, la vista se me desvaneció, otra vez.

Cuando abrí los ojos, estaba en una cama de hospital, con suero y medicina en mis brazos. Marcas extrañas no tenía en mis muñecas, solo vendas y otros artículos médicos que pasaban por otros lados de mi cuerpo. A mi lado, se encontraba mi novio, recostado sobre mi mano, dormitando, por estar vigilando mi tenue vida. Despertó al minúsculo movimiento, y me miró aliviado. Mi vida había sido rescatada, creí, gracias a Madre y este chico.

Por Pirika Zaoldyeck.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tus comentarios nos importan: